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Rezos sin nombre.

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Mensaje  Denes. Mar 28 Dic - 1:08

Las volutas de la niebla de aquella ciudad siempre solían asemejarse a las fieras ramas de las hiedras que se enroscaban en torno de los viejos robles del bosque. Raquíticas y grises, se retorcían alrededor de todo cuanto pudieran, fuese aquello vivo o no, acabando por difuminarlo todo detrás de sus velos. Familiarizado con ella, Denes no solía siquiera tomarse la molestia de apartar los débiles brotes de ventisca transformada en listones grises. Les permitía con completa libertad arremolinarse en torno de él y sus ropas; transformar en perla el purpúreo terciopelo de su capa, difuminar el fulgurante tono cetrino de sus ojos hasta tornarlo mortuorio y aburrido. Solía a menudo la niebla ser su aliada cuando no deseaba ser visto; cuando la necesidad de ser una de las tantas almas anónimas se presentaba durante sus largos, furtivos paseos por la ciudad.

Definitivamente, quizá porque a pesar de su naturaleza no humana, era aún relativamente joven incluso entre los suyos, aún no conocía diversos aspectos de su personalidad; tal vez llegaba a resultarle vagamente familiar el reconocerlos en sí mismo, pero ciertamente aún no era capaz de encontrar el origen natural y total de aquellos sentimientos, sensaciones y cualidades. Por citar un ejemplo, su fascinación con el mundo de los humanos era algo que aún no lograba comprender, aunque dedicara tantos lapsos de tiempo a reflexionar acerca de ella, incluso mientras se deslizaba aquella tarde por las calles neblinosas y, adrede elegidas, por ser las menos transitadas de la ciudad. Era aquella un tipo de curiosidad tan inmensa como insaciable, y abarcaba todos los ámbitos y quehaceres de la vida humana, desde los más simples a los más complejos.
Y por supuesto, una de aquellas cualidades que más llamaban su atención, era la fe. Ajeno era a sentir aquella clase de sentimiento, jamás había sido capaz de encontrar algún sentimiento vagamente análogo en sí mismo; lo único que podía encontrar pálidamente semejante a la idolatría por las figuras de yeso y las cruces de madera llegara a ser la devoción sentida hacia su padre. Pero aún así, mientras ascendía a través de las escalinatas de piedra gélida, ajada de años y pasos, que dirigían al inmenso portal de Saint Dominique, algo en él musitaba con ansiedad que no era todavía capaz de comprender el sentido de la fe de los ciudadanos.

Adentrándose en la oscuridad narcotizada del aroma a incienso y rosas, arrebujó su capa sobre los hombros y acomodó la capucha, cubriendo su rostro hasta la altura de su marmórea frente. Los ojos verdes tenían plena vista del panorama, los atentos oídos descifraban los susurros, cánticos y era capaz de distinguir el perlado sonido de los rosarios de nácar, mientras los pasos de las silenciosas botas se deslizaban por el pasillo lateral que conformaba la primera línea de bancos y el muro, cubierto de hendiduras similares a pequeños portales, de los cuales emergían las imponentes figuras, coloreadas en tersos tonos brillantes, clavando sus ojos de vidrio en los transeúntes mudos.
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Mensaje  Catrina Mar 28 Dic - 17:15

15 años habían pasado desde la última vez, pero a su parecer todo continuaba siendo igual que desde aquel entonces. También había sido un día lleno de neblina y profunda oscuridad, con un clima que asfixiaba mientras intentabas sobrevivir entre el andar pausado que, no pudiéndose evitar, te obligaba a continuar.

Lo único que cambiaba, probablemente, era el pensamiento que con el paso del tiempo ella ya había cambiado por completo. Ahora su corazón no se agitaba destrozado mientras se adentraba silenciosa entre las butacas de la catedral, entre el aroma infernal a incienso y esas luces sombrías que no hacían más que generar dudas entre los creyentes. En esta ocasión se sentía más segura al respecto, más feliz de poder estar acompañada para cumplir la promesa que hacía 15 años había forjado.

Aún los extrañaba, aún era su corazón el de una pequeña y era difícil no aferrarse a su recuerdo, por eso, con incomodidad o sin ella, oculta entre su capucha azabache, cubierta en su total de pies a cabeza, elegía una de las butacas para tomar asiento y dejar que aquel rezo, que poco a poco iba olvidado, fluyera de entre sus labios, entre murmullos casi inaudibles, pero todo dedicado a ellos, todo por ellos dos, a los que más había amado.

Haz que nunca se aparten de mi, bella mujer –susurraba, poco ansiosa de que sus seres queridos encontraran al fin el descanso eterno, dichosa porque sus almas continuaran vagando a su alrededor, porque pudiera verles entre el frio gris de la locura, escucharlos entre los sonidos de las noches, y sonreírles cuando la dicha llegaba a ella. Se encontraba ahí, rezando, en cumplimiento a lo que hacía tiempo había prometido, pero no para que el trato se olvidará, sino para agradecer que ellos aún continuaran con ella, como si la muerte fuera su segunda vida, como si siempre lo hubiera sido.

Y todo sucedió mientras ella se volvía ajena a la presencia de cierto personaje, aquel que como un turista viajaba por el lugar y que pronto, si es que no había perdido el toque, ella le reconocería como indeseado, deseosa porque se marchará de ahí de una buena vez.
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Mensaje  Denes. Miér 29 Dic - 11:35

Solía plantearse a sí mismo, no sin cierto deje de reproche latente en algún oscuro rincón de su consciencia, que su concepto de los humanos siempre se encontraba por demás alto; ciertamente en su mente, la raza humana era por demás admirable y bella. Claro que ésta concepción casi de adoración estaba orientada al humano como raza en general, no como aquellos individuos, ya corrompidos de tiempo y avaricia, que él se afanaba tanto en torturar con sus juegos de ventisca durante las noches de oscuridad absoluta.
Sin dudas, a pesar de su eterno amor por el mundo humano probablemente jamás se desvaneciera, sentía a la vez hacia él, cierto desencanto, una decepción latente que, con el paso de los años y las generaciones, se había ido acrecentando de modo paralelo a su amor por ellos. Jamás había sin embargo establecido un contacto más allá del de una mera charla con alguno de ellos; por lo tanto, no podía saber que a decir verdad, su línea de pensamiento era sumamente similar y compartida por muchos humanos: el mundo había perdido algo, se había desgastado de alguna forma y, aunque aún era capaz de ejercer su encanto sobre los sentidos, algo en él se hallaba quebrado de un modo tan melancólico como irreparable. Algo en su espíritu, se había perdido, al parecer, para siempre.

Ante la incapacidad de admitírselo a sí mismo, el irrevocable deseo de hallar el equilibrio, esa moderación que siempre anhelaba y jamás conseguía, también se trasladaba a su ambición de conocimiento por el mundo humano. Su más remoto deseo radicaba en encontrar al ser que fuera capaz de estabilizar el vicio del presente y la pureza del mundo del ayer, aún con sus miserias y más profundos desperfectos; su manía de pensamiento era descubrir a la justicia ciega, la medida exacta en un mundo de imperfecciones y maravillas.
Imperfecciones que, sobre todo, solía advertir en sitios como aquél; la catedral no destilaba más que una dura frialdad, de desprecio, hacia aquellos que, como él mismo, eran incapaces de sentir apego hacia aquellas cruces y santos suspendidos desde las paredes. Instaba a sentir un embarazo que rayaba en lo infantil, y al mismo tiempo la satisfacción de sentirse aún menos humano dentro de ese sitio de mortecina luz.
El ambiente era calmo, y él no solía ser demasiado exigente con su ubicación, siempre y cuando le permitiera observar sin ser visto, oír sin ser advertido. Se detuvo, adaptando su garbosa figura al ancho del tenue recoveco formado por una columna y el pedestal sobre el que se alzaba una dama de mármol; de cabellos rubios, ataviada su enjuta figura en mantos albinos bordados con hilos de oro. Ahora, oculto en su rincón por el momento predilecto –sus caprichos solían perder importancia para él en muy cortos lapsos de tiempo- no pretendía ahuyentar a nadie de ningún modo. Sereno, permitía a las ánimas anónimas y esperanzadas desfilar frente a él en una procesión pausada; el rostro inclinado hacia el pedestal, mármol contra dermis que emulaba sus matices, imitando una pose que veía a menudo, evitando así a aquellos a los que su curiosidad él pudiese haber despertado.

Y entonces, le vio. Su esencia, calidez indudablemente humana y ése je nous se qua precedieron a su presencia física. Él ya le había sentido antes de verle; ya había dirigido su mirada hacia el punto definido por el que aquella figura debía deslizarse antes de que lo hubiese alcanzado. Allí estaba, silueta casi idéntica a él en sus vestiduras, pero indudablemente más etérea, más humana; pasos gráciles y silenciosos, ni un sólo rincón de su identidad a la vista. Aún mirándole, desde su instinto, desde todos sus sentidos enfocados en su nuevo objeto de curiosidad, cerró sus ojos. Se centró en aquel ser; aisló toda esencia, todo sonido que no proviniera de él hasta rodearle con su percepción.
De ella. Sonrisa satisfecha se esbozó en sus labios cuando encerrándole entre sus sentidos, aún sin devolverse la vista, escuchó sólo sus tenues cánticos, susurrantes en la penumbra.
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Mensaje  Catrina Lun 3 Ene - 18:07

No obstante, aquella criatura que se debatía entre realidades tan ciertas como insignificantes, permaneció entre una infinita quietud de la que ella siquiera era capaz de sospechar, dejando que las emociones albergaran su frio pecho en busca de aquello que se desvaneciera apenas al recordar el pasado que constante le asechaba su existencia.

No importaba cuanto pudiera intentarlo, así es como terminaba, así era la esencia final del ser humano, su naturaleza, su torpeza habitual. A veces se podía ser tan racional, tan sincero incluso, pero al final todos caían en el error de la esperanza, como si la fe les guiara a un camino tan absurdo y monótono, esa fe que siempre tomaba dos camino, ninguno bueno y ninguno malo, sólo uno más incierto que el otro.

Y aún cuando no pudo darse cuenta de que era observaba, de que podían distinguirla más allá de una visión natural, una inmensa tristeza, entre cada oración, domó su cabeza, su corazón y deprimió su cuerpo entero, todo sin poderlo detener. Se sintió pesada, sofocada, llena de una amargura que le sabia a muerte y sufrimiento; un alma perdida, fue lo que considero entre sus recovecos, no obviando que el lugar dónde reposaba su ser no era el más tranquilo para alguien con sus habilidades, sin embargo no le vio, no pudo encontrar dónde se localizaba la presencia de aquel espíritu que cargaba ese gran peso y se lo compartía con una cínica gracia.

¿Era a caso una broma? ¿Pretendía que así obtendría algo de ella?

Frunció el ceño, dejando de lado por completo su ritual de rezos, no pudiendo concentrarse más mientras la jaqueca aumentaba y le provocaba sentirse más irritada de lo habitual. No le veía otra solución, mientras que no pudiera escuchar que es lo que aquella alma perdida tenía por decir, ella no tenía nada que hacer en aquel lugar, mucho menos en ese estado.

Con pesadez dejo su posición en cuclillas, teniendo que apoyarse con fuerza al respaldo de la banca para no caer de golpe. Algo la estaba empujando con sisaña contra su voluntad, sentía las piernas por completo dormidas, los brazos frágiles y la cabeza un meollo de ideas.

Mierda –pensó, con una severa molestia en toda su faz, comenzando a andar, balanceándose y aplicando excesiva fuerza en los apoyos, poco deseosa de caer al suelo y hacer un escándalo. Menudas horas en las que se les ocurrían molestarla.– Como si no tuviera vida, imbéciles –continuaba irritándose, pasando con lentitud por el largo pasillo, deseosa por salir de una buena vez de aquel lugar y tomar un gran cumulo de aire húmedo y tranquilizante; pero no se la ponían fácil, pues conforme avanzaba sentía la mirada perdérsele, mientras el lugar se oscurecía a su alrededor. Aunque no se rendiría, así tuviera que arrastrarse para cruzar unos cuantos metros más, ella saldría en lugar de aguantar esa tortura cruel.

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Mensaje  Denes. Lun 10 Ene - 12:35

No supo a qué respondió aquella repentina, y por demás reiterativa atención que comenzó a dedicarle a aquella criatura; y es que para él, el misterio de la humanidad y sus efímeras maravillas sería por siempre el cebo perfecto para atraerle tanto al triunfo como a la perdición misma. Por lo tanto no se molestó en mortificarse, en cuestionarse incansablemente, y mucho menos sopesó la idea de marcharse de aquel sitio para no ceder a la tentación felina de acercarse y escudriñar a placer. Se dedicó por ello completamente a aquella criatura, acobijándose en su sitio, aferrándose a la consciencia escéptica de aquella presencia hasta el punto en que podría haber olvidado al resto de las almas allí congregadas, en su esperanza sencilla, eterna y sublime.

Se sintió satisfecho cuando en su cabeza sólo había ecos de la tersa voz susurrante, dejándose llevar por lo apacible de aquel sonido, conspirando su consciencia contra todo aquello que osara romper el encantamiento al que él mismo se había inducido. Luego, poco a poco, lo percibió. Palpitaba en un inicio el delicado pero firme corazón, en un sonido que evocaba unas dulces campanillas de plata en medio de un acompasado tintinear. Podía casi entrechocar sus palmas al apacible ritmo de éste, pero luego, poco a poco, fue permutando a un acelerado cabalgar. Reconoció aquel brusco reflejo como la clara señal de que algo perturbaba a aquella mujer; aún ligado a cada gesto y movimiento de su ser, sus ojos verdes se abrieron en medio de la penumbra, y sin embargo, aún sólo era capaz de percibirla a ella, por encima de toda ánima que le rodeara, convertida ahora para él en sombras grises. La observó, sintiendo su esencia parpadear sorpresivamente, cual quebradiza llama de una vela amenazada por la ventisca nocturna. La esbelta figura pareció reposar y reponerse de su fragilidad, antes de erguirse, para emprender una marcha insegura y pausada a través del pasillo.

Ni el más mínimo recoveco de su ser se planteó por un instante el dejarle ir; aún impulsado por esa inexplicable fascinación hacia una criatura nunca antes percibida por él, se separó del muro que le contenía y emprendió una sosegada marcha en el sentido contrario de la procesión que ingresaba en la catedral, camino al altar. Esquivó con mesura y celeridad hombros y siluetas, no hizo caso a las acalladas disculpas, ni murmuró nada en respuesta a ellas. Sus sentidos estaban tan sólo pendientes de la parpadeante esencia, como un transeúnte perdido que se aferra al primario punto de luz que se cruza en su camino luego de andar errante durante días.
-No pude evitar notar –la entonación de su voz era sólo audible para la dama, detrás de cuyas espaldas se había detenido; así se había acercado, en completa y sigilosa calma, aguardando con cierta ansiedad a que esa desesperante fragilidad desapareciera. Y a pesar de ella, se sabía percibido, reconocido, por aquella ánima.-…que no se encuentra bien. –finalizó con delicadeza, no revelaría que con total impunidad le había observado sólo a ella durante todos aquellos instantes. Con celeridad pero delicadeza en sus movimientos se colocó junto a ella y aún desde la oscuridad de su capucha, sonrió pensativamente al observar el perfil en penumbras de la mujer, manteniendo su identidad como un misterio. Con casi teatral caballerosidad, ofreció su brazo en apoyo para la mujer, espetando con suma tersura en sus labios:- Es conveniente, retirarse con discreción ¿No cree?

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Mensaje  Catrina Miér 12 Ene - 17:32

¿Orgullo? ¿O podría hacerse referencia a la tenacidad que tenía al hacer las cosas y al tomar las decisiones? A decir verdad, no importaba cual fuera el adjetivo que definiera su actitud a aquella situación, lo único que parecía valer la pena considerar era que, por más capacidad mental que tu viera, su mortal y finito cuerpo tenía un límite, como todo aquello humano que podía rodearle, y el suyo parecía estar llegado a ese punto de no retorno, justo como una voz, lejana –casi como un susurro-, acarició sus oídos, envuelto a su vez de una fragancia densa y fría, anunciando ese detalle.

“no se encuentra bien...” –dijó esa voz, desvaneciéndose, ocultándose en la inminente caída de su cuerpo, de esa debilidad tan penosa que cubría todo su ser. Para ese entonces, sin poder escuchar lo que continuo a esa observación, el dolor en su cabeza sobrepasaba cualquier dolor que con anterioridad se hubiera podido atrever a sentir. No lo comprendía, ni siquiera era capaz de comprender como es que continuaba andando, como es que, en aquellos escasos momentos de profunda tortura, ella seguiría andando hasta que ya no pudiera más.

Entonces, flaqueo, no al punto de caerse, pero si como para atreverse apenas a balancearse por breve, terminando por apoyarse en el brazo que se le extendía, como el bastón de la cordura que siempre le había hecho falta. Y por primera vez en más de 15 años, ni una palabra salió de su boca ante el contacto, ningún reclamo, ninguna ofensa, pero tampoco ningún agradecimiento, ningún detalle, renuente a permitirse algo así, o quizás renuente a poder asimilar la situación como para notar que alguien estaba a su lado, perdida en su mundo, agitada por aquel espectro que no le daba descanso alguno.

Se aferró con fuerza a ese significativo apoyo, por ende, con toda la fuerza que sus trabajadas pero cuidadas manos le permitieron, incluso llegando casi a la posibilidad de encajar las uñas sobre esa piel, que para suerte de ambos, se encontraba envuelta en la gratificante sensación de una tela ajena a la sensibilidad.

Para ese momento, ya no podía reconocer nada a su alrededor. Pequeñas gotas de sudor frio gotearon por su frente, anunciado que estaba haciendo un esfuerzo más que sobre humano para mantenerse de pie, pero podía sentirlo, aún sin ver, que la salida se aproximaba. No podía rendirse ahora.

– Hhhh –un sonido hueco escapo por la leve abertura de sus labios, como si las palabras se las hubieran tragado. Y como una invidente, buscando el color que nunca antes en su vida había podido llegar a distinguir, pero que ahí estaba; se sintió motivada, como si le llamara, dandole una oportunidad para continuar entre los sonidos del crujir de la madera bajo sus pies y de la brisa que acaricio su rostro de repente cuando un nuevo creyente cruzo por esas portezuelas, su único impedimento a la libertad.

Dio un paso más, después de su 'descanso', y continuó, aferrada a esa cálida y fría sensación a la vez que rodeaba con toda la extensión de sus dedos, sabiendo que, si le dejaba ir, ella se desvanecería por completo. A veces, era inevitable no necesitar de lo desconocido, y cuando ella recobrarar todos sus sentidos, se daria cuenta de aquella gran verdad.

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