Una simple visita

Lo único que hacia esa gente era ponerle los nervios de punta, como si ella fuera cualquier cosa, cualquier persona a la que mereciera la pena alterar con sus tan insignificantes problemas. ¡¿Por qué no podían simplemente dejarla en paz?! Estaba cansada de ese ir y venir, de aquel vaivén dónde se sentía marioneta de titiriteros de poca experiencia. ¿Acaso estaban jugando con ella?

En dilema se encontraba su mente mientras su latente corazón no dejaba de palpitar la ira que le causaba todos esos inconvenientes. “..Y que la nueva reforma de esto... Y que hay que estar seguro para realizar tal aquello... Y que ven para acá o pasará tal cosa... Y que me vale mierda si te enoja o no porque yo..”

– ¡Sus madres quien las pario! –exclamó, agitada, iracunda, hecha un completo lio y alejándose entre zancadas; mostrando su dedo corazón al aire hacia la portezuela que había cerrado en el momento en que salió por ella, atreviéndose de una vez a dejarla atrás. Efectivamente que esto no se iba a quedar con sólo una seña obscena y palabras de mal gusto, claro que no, la habían estado provocando tanto esos días que simplemente ya no podía soportarlo más. La venganza era dulce, ¿eso era lo que siempre había dicho, no?

Se ajusto la gabardina y colocó la capucha sobre la cabeza, dejando que este cubriera por completo su rostro sólo para dejar que sus marones luceros brillaran tajantes hacia cualquier mirada de miedo que se le dirigiera.

Un gruñido, similar al de un lobo preparado para el ataque, escapaba de sus labios, ahuyentando a todos los que se atrevieran a interferir en su camino, llena de rabia, lista para embestir en cualquier alma inocente y saciar su necesidad de sangre. Y no, no era un vampiro, sin embargo tenía formas poco ortodoxas para relajar su fuego interior. Por lo menos, hasta ese punto, aún se abstenía de la poca paciencia que su mente le permitía racionalizar, reconociendo que si era exiliada de Keres abandonaría muchas cosas, así que no le convenía alejarse de todo lo que amaba sólo por una rabia estúpida, aunque por las puras aquellos hombres se merecían un castigo bien dando, firme y hasta el fondo.

Continuó por los largos pasillos hasta llegar a la recepción, momento dónde tomo el largo bastón de madera que solía acompañarle en su andar y, fue ahí dónde respiro profundamente, tratando de relajarse, hasta que sintió fuertes miradas en su espalda, haciéndole girando abruptamente para dedicarles la mirada más aterradora que en su vida pudieran ver.

– ¡Parásitos! –ofendió, sin pudor alguno para después darles la espalda y volver a lo suyo. Fue ahí que mientras ella estaba por irse, él otro parecía apenas entrar y, por alguna extraña razón o quizás por todo lo contrario, se dio cuenta de aquel que entraba de normal nada tenía, o más bien, alma era lo que le faltaba.

Le dedicó una mirada de curiosidad, como si toda la furia se hubiera esfumado en la ráfaga de viento que soplo al alrededor del nuevo inquilino, odiándolo en ese preciso momento, pero sin que su rostro pudiera expresarlo.

– Y te crees especial –reclamó, como si pudiera entender al otro, como si pudiera ver más allá de lo que mostraba aquel personaje. Y bufó, dispuesta a simplemente salir de ahí, pero sin hacerlo, justo a lado de él.

Y por primera vez se permitió escuchar atenta a aquellas palabras y es que era quizás que sólo la gente que carecía de algo realmente humano solía llamar a tal punto su atención como para darle importancia y, aquel personaje que no sabía si denominar hombre, era una de aquellas cosas, pero... ¿Qué era al final de cuentas? ¿Se estaría volviendo loca una vez más?

Las interrogantes explotaban en su mente, al instante que de un momento a otro las voces de las almas que en ocasiones solía escuchar se atiborraban dentro de ella. ¿Por qué tan de repente todo parecía simplemente alterarse? Y ese aroma, ¿desde hace cuanto que lograba percibir el olor de los jardines que custodiaban aquel infernal lugar?

Sus parpados se abrieron entre la sorpresa y la confusión, instantes que dejaba pasar atrás el significado de las palabras que el personaje susurraba, casi perpleja de todo aquello que se única en ecos interminables dentro de su cabeza.

“Conejos... atención... gritos... humano... falsedad... temor”. Palabras tras frases incompletas se aglomeraban sin orden alguno, al menos hasta que decidió detenerlo, decidiendo que todo el barrullo terminara de una vez.

Dio media vuelta de repente, quedando de una vez frente a frente al de tan singular apariencia y le miro atenta, aspirando aquel helado aroma.

– No te debo a ti ninguna explicación. Tú deberías contestarme a mí el que hace tal ser, tan carente de la vida tan común de todo los demás, en una ciudad como esta. Me hueles a problemas, vil alimaña, y los problemas sólo puedo traerlos yo –sentenció entre murmullos, aquellos que fueran sólo escuchados por él; entrecerrando el seño, seria y molesta a la vez, pero envuelta de un enojo muy distinto al anterior, uno que pretendía infundir más miedo si era capaz.

¿Acaso pasaba por su mente la mínima idea de que podía entenderla? ¿Inclusive esperaba que creyera en sus palabras y se viera influenciada por tal extraño consejo? ¡O sea, hello! ¿Era eso una broma? Él no había dicho nada más que la pura verdad, pero no una que estuviera oculta, sino aquella que con gran esfuerzo ella intentaba transmitir constantemente a las demás personas a su alrededor para que la tomarán muy en cuenta y pudieran así sólo dejarla en un abandono inminente, forma en la cual ella podría continuar con su infernal vida hasta que se le fuera arrebatada con el tiempo.

Debía sentirse tranquila de que él lo comprendiera, pero el que se lo hiciera saber como si fuera un gran sabelotodo le irritaba aún más de lo que ya se encontraba. Y no es que le divirtiera al sentirse así, tampoco es que lo hiciera a propósito pero, después de tantos años de puro y constante desprecio, uno se mal acostumbraba a cualquier otra forma de trato, mucho más cuando ese trato venía de un desconocido que desprendía un aura poco habitual.

Sus manos se cerraron en puños mientras sus palabras avanzaban y su labios chocaban al instante de cada frase, de cada cuestión.

¡Todo le molestaba! ¡¿No era lo suficientemente obvia al respecto?! Le molestaba él con su andar elegante y su fría presencia, le molestaba los altos techos y aquel incomodo aroma a rosas que asfixiaba sus sentidos, como una fragancia en exceso empalagosa y que le robaba el aire puro... Y más que nada las voces, las que seguía hablando entre murmullos en su cabeza, las que no se atrevían a ponerse desacuerdo para expresar sus ideas, aumentando el repetitivo dolor de cabeza que le hacía desear explotar y que todo eso se acabara de una vez.

No podía contenerlo más.

– ¡¿Voces?! ¡Qué puedes tu saber de voces, vil animal! –exclamó al fin, pero no porque le impresionara la precisión en el último comentario, sino porque era ridículo para ella que él pensará que podía entenderle con respecto a eso, y precisamente en lo único que le había hecho alejarse de todos hasta la fecha.– ¡Tú me molestas! ¡Tú y tu lengua de serpiente que sólo escupe veneno al por mayor! Pero no, no, no –negó, acercándose hasta dónde él se encontraba, a paso duro y rápido, mientras sus parpados se cerraban y las uñas de sus dedos se encajaban en sus palmas por la fuerza aplicada.– Estás muy equivocado al creer que puedes envenenarme a mí, que con sólo disfrazar las palabras podrás conquistarme y hacerme creer que sabes al menos un poco de mi persona. Eres tan ignorante y carente de sentido alguno. –replicaba, al fin cerca de él, esta vez más cerca aún si era posible.

Sus parpados se abrieron cuando pudo observar en el brillo de los ojos ajenos su reflejo, se detonaba la furia desmedida que le dominaba, era algo inevitable, al momento que su respiración se agitaba y mostraba su dentadura entre un ligero rechinido tan cual bestia salvaje.

– ¡SOY CAOTICA! ¡TAN ANSIOSA DE SÓLO CAUSAR CUANTA DESTRUCCIÓN PUEDA! – grito, abriendo las manos para tomarlo de los hombros de cualquier manera, haciendo que se golpeara más a la pared al instante que ensangrentaba ligeramente las ropas del otro– ¡¡¿ACASO NO NOTAS CUANTA FURIA SIENTO POR TU INSIGNIFICANTE PRESENCIA?!! ¿Y... Y... y realmente esperas que con palabras tan obvias como las que predicas yo me convierta en un ángel y abra mi corazón a alguien que ni siquiera es digno de estar mirándome ahora... esperas entenderme al menos un poco? –cuestiono, lentamente un poco más calmada pero sin dejar de aplicar fuerza en cada uno de sus movimiento.

Obviamente no le importaba en lo más mínimo las consecuencias que cada uno de sus actos podían ocasionar en aquel momento. Temía aún de ser expulsada de Keres, sí, pero más sin embargo a aquel hombre no le temía en lo más mínimo. No quería comprenderle, ni escucharle, pero algo dentro de ella simplemente no podía contenerse y sólo deseaba... deseaba...

– ¡Argh! –gruño, lista para devorarle.